martes, 17 de abril de 2007

¿Quién decide en el cuerpo de la mujer?: el papa, el poder, el dinero o ella misma.

Luisa Álvarez Cervantes


Contra la iniciativa de la despenalización del aborto que se discute en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y que de aprobarse, puede ser un ejemplo a seguir en el resto de la legislaturas estatales, se han levantado en coro las voces de la jerarquía católica, del Partido Acción Nacional y demás grupos ligados al comité de Próvida y de entre ellos el propio ejecutivo federal.

Todos en nombre de la vida, señalan, juzgan y condenan como criminales a las mujeres que recurran a él. El problema no es el acto de abortar, sino en los principios en lo que se funda la idea de vida humana de estos grupos cuyos representantes viven una doble vida, una doble y triple moral y eso es evidente, basta el ejemplo que ha dejado el “señor de las tangas de Próvida”. Ese tal, por cual que se gasto los recursos destinados a la salud pública, en tanguitas. -Ven la paja en el ojo ajeno, pero no la gran viga en el propio-.

Piensan que para la mujer sólo hay un destino al que tiene que sujetarse y por lo tanto cumplir. El destino de la mujer en la vida es ser madre. Quien se atreva a optar por no serlo no vale nada, pues tantas veces, sea tocada por el hombre aunque sea sin su consentimiento y quede en cinta, tiene que aceptar tener el producto aunque sea el resultado de la violación, de las vejaciones, de los golpes, maltratos, y de hambres, e incluso por falta de prevención que para eso y no para otra cosa nació mujer.

El apareamiento

Atrás de su defensa de la vida se esconde el poder de su miseria humana, pues para ellos y ellas: dan por hecho que la vida humana tiene el mismo origen que la vida animal y reducen el acto al puro apareamiento tal y como sucede entre los animales, al afirmar que la vida humana comienza con la unión del óvulo y espermatozoide y, que es el resultado de la pura voluntad de la naturaleza instintiva del hombre ¿Quién puede demostrar que hay instintos?

Según ellos la vida es mero apareamiento. Que el hombre como los animales monte a la mujer (tal y como ellos viven), el ejercicio animal del poder del hombre y por eso de acuerdo a su idea; el hombre puede tomar por la fuerza a la mujer y violarla, “total para eso son las viejas, pues para ellos; las mujeres son putas por definición, pues el cuerpo de la mujer llama al pecado y pues que paguen su putería pariendo”. Mero en el fondo no les importa la vida humana de nadie, ni de la mujer, ni del producto. Pues se preocupan de los que aun no nacen, pero no se ocupan de los miles de niños que viven en la calle, son unos ¡Farsantes!
La mujer puede ser violada siendo una niña, una joven, una mujer madura o anciana. Para ellos, la vida humana nace del poder violento del hombre sobre la mujer.

La vida es un don gratuito

Pero la vida humana propiamente es, incluso antes del acto mismo de la concepción, la vida en tanto humana, procede de un acto de voluntad precisamente porque es resultado del querer de la mujer que quiere ser madre e incluso del querer del hombre. El decidir ser madre es un acto voluntario que corresponde a la mujer, como también es opción no serlo. Pues creen que en su inmensa mayoría las mujeres recurren al aborto por gusto y no por necesidad.


Lo divino no se encuentra en la concepción, sino en la voluntad humana del puro querer la vida, más que la muerte y esa no es responsabilidad única de la mujer, sino de todos.

La vida humana no se funda, ni el apareamiento, ni en el poder, sino en el querer-nos vivos. La vida humana es un don recibido y mantenido de manera gratuita. No hay vida humana que resulte del puro poder, de la pura fuerza, ni de la imposición. Y como no tienen justificación para sostener su idea de vida humana, entonces, encubren su ignominia recurriendo a Dios o a Cristo y se les olvida que sus antepasados la misma elite eclesiástica lo mato.
Finalmente, sí un mortal en la tierra promovió el amor como creación de sentido de existencia humana fue precisamente el Jesús de hace dos mil años. Y no los farsantes que hoy hablan en su nombre.

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