martes, 8 de enero de 2019

Bertolucci en la Lacandona [ por Luis Hernández Navarro. La Jornada ]




Son cerca de las 5.30 de la tarde del pasado 31 de diciembre. La tarde es luminosa. Como si se tratara de la escena climática de una película épica de Bernardo Bertolucci, las tropas de la 21 división de infantería zapatista se despliegan como una enorme serpiente de las Cañadas que va enroscándose marcialmente en el caracol Madre de los caracoles, mar de nuestros sueños de la Realidad, Chiapas.
En la avanzada del despliegue militar hay un destacamento de mujeres zapatistas motorizadas que, al llegar a la plaza central, se abre a los cuatro costados para delimitar el perímetro de operaciones. Les sigue un grupo de milicianas que rodean el cuadro, como si fueran sus guardianas. La cabeza del gigantesco ofidio selvático está integrada por mandos a caballo, entre ellos el comandante Tacho y el subcomandante Moisés. Le sigue una columna de más de 4 mil combatientes en fila de dos en dos, uniformados con pantalón y gorra verde, camisa café, pasamontañas negros y paliacates rojos, cada uno de ellos con dos bastones de madera de unos 75 centímetros de largo, que, al chocar uno contra el otro, marcan el paso de la formación de tropa. No alcanzan a entrar todos.

Esa misma división –se explica en un video de Enlace Zapatista (https://bit.ly/2LR6A9y)– es la que hace 25 años tomó las cabeceras municipales de Altamirano, Oxchuc, Huixtán, Chanal, Ocosingo, Las Margaritas y San Cristóbal. Está reforzada con combatientes de la segunda y tercera generación, zapatistas que eran infantes en 1994 o no habían nacido, y crecieron en la resistencia y rebeldía.
La celebración del 25 aniversario del levantamiento armado del EZLN no es la puesta en escena de un movimiento social. Es muestra de potencia de una fuerza político-militar con orden, disciplina, cohesión, destreza, capacidad logística, base social, mando y control del territorio.

Si en sus apariciones públicas durante los últimos años los zapatistas privilegiaron mostrar su cara cívica y popular, a través de seminarios y coloquios, festivales de arte, escuelitas y exhibiciones fílmicas, este 31 de diciembre pusieron sobre la mesa su rostro militar. Uno que no implica agarrar un arma, pero sí resistir. El mensaje simbólico de su despliegue no pudo ser más explícito.

La celebración es rematada por una enérgica arenga del subcomandante Moisés dirigida a las estructuras militares zapatistas, sus autoridades civiles y a sus bases de apoyo. Les dice: estamos solos, como que no nos miran, como que no nos escuchan. Nos quieren mentir, nos quieren engañar. Es una burla, una humillación. Vienen por nosotros, por el EZLN. No le tenemos miedo al gobierno. Aquí el mal gobierno no manda, mandan las mujeres y los hombres.

Como se sabe (aunque frecuentemente se quiere olvidar y se prefiere hablarle al subcomandante Galeano), Moisés es el vocero del EZLN. Indígena tzeltal, jornalero agrícola en las fincas infernales de Chiapas, compañero del subcomandante Pedro con el grado de mayor en la toma de Las Margaritas y del subcomandante Marcos, él es hoy quien habla a nombre del zapatismo y sus pueblos. No es figura decorativa. Es el vocero de la insurgencia. Sus palabras son síntesis de una vida de sufrimiento y lucha, y de los anhelos emancipadores de los pueblos originarios.

Despliegue militar y palabras deben valorarse juntos. Aunque hay una imbricada historia de desencuentros entre el obradorismo y el zapatismo, la dureza de los señalamientos rebeldes y su movilización de fin de año parecieran responder a dos hechos centrales. La amenaza de una ofensiva en su contra por parte del nuevo gobierno y diferencias programáticas de fondo.

No es paranoia. Voceros de la Cuarta Transformación (4T) han proclamado informalmente a los cuatro vientos que el EZLN fue derrotado, mientras promotores de la nueva Guardia Nacional amagan con emprender acciones de contención contra los rebeldes.

El zapatismo (y multitud de pueblos indígenas y grupos de derechos humanos) tienen diferencias sustanciales con el obradorismo. Acosado por la militarización de Chiapas durante más de un cuarto de siglo, el EZLN rechaza la Guardia Nacional y la considera un paso adelante en la militarización del país. Con una larga lista de militantes asesinados, se opone al punto final que deja impunes crímenes del pasado. Acosado por quienes pretenden despojarlo de sus territorios, ve en el Tren Maya y los proyectos de reforestación la punta de lanza para destruirlos. Comprometido con la reconstitución de los pueblos originarios, encuentra en las ceremonias new age del nuevo gobierno un engaño. Decidido a hacer realidad otro mundo, mira en la pretensión de la 4T de gobernar simultáneamente para explotados y explotadores, no sólo el eco de las palabras del represor Absalón Castellanos Domínguez, sino una locura. Empeñado en luchar contra el capitalismo, cree que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es la continuidad de éste.

No hay que hacerse bolas. La aparición de Bertolucci en la Lacandona anticipa que, en contra de lo que algunos creen, nada está escrito en definitiva en el sureste.

Twitter: @lhan55

Tomado de jornada.com.mx/2019/01/08/opinion/017a1pol#.XDSmmlhj5DM.twitter

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