jueves, 15 de enero de 2015

Verdad y Justicia, elementos corrosivos contra el poder


Por Sergio Rodríguez Lascano

El tema central del discurso pronunciado por el Subcomandante Insurgente Moisés, el 31 de diciembre pasado, en el Caracol de Oventik, fue la relación entre verdad y justicia.

Verdad y justicia, dos términos centrales en la construcción de un relato teórico de los de abajo. La mejor manera de no sólo desnudar al poder sino, sobre todo, de minar completamente su capacidad de control y manipulación.

Verdad y justicia, los dos términos que engloban la lucha por la presentación con vida de los desaparecidos y justicia para los asesinados de Ayotzinapa.

Verdad y justicia, que aparentemente son dos términos muy chiquitos comparados con las palabras grandotas: Revolución proletaria, Huelga política nacional, Paro cívico, Caída de Peña Nieto, Revolución socialista, Plan de acción, etcétera.

Hace muchos años, un pensador de abajo, Carlos Marx, dijo: “El trabajador tiene más necesidad de respeto que de pan”.

Para ganar ese respeto se requiere de Verdad y Justicia. Y esos dos conceptos, que en realidad son prácticas de vida contra la acción de la muerte, sólo se edifican cuando los de abajo dejan de tener confianza en el mandón, en el señor del dinero, en la sociedad del poder.

Por eso, el 31 de diciembre de 2014 y el primero de enero de 2015, los zapatistas nos dieron a conocer la buena nueva:

No sólo la verdad desaparecida en Ayotzinapa, también todas las verdades que han sido secuestradas, encarceladas y asesinadas en todos los rincones del planeta Tierra.

Sobre esa verdad ahora ausente podremos construir la justicia.

Porque nosotras, nosotros los zapatistas, pensamos que ya no hay que confiar más en los malos gobiernos que hay en todo el mundo.

Esos malos gobiernos que sólo sirven a los grandes capitalistas.

Esos malos gobiernos que sólo son los empleados del capital.  Los capataces, mayordomos y caporales de la gran hacienda capitalista.

Estos malos gobiernos no van a hacer nunca un bien para los pueblos.

No importa qué tantas palabras digan, esos gobiernos no mandan, porque el mero Mandón es el capitalismo neoliberal.

(Discurso del Subcomandante Insurgente Moisés, el 31 de diciembre del 2014 y el 1 de enero del 2015, en Oventik, territorio rebelde zapatista).

Esa lucha por Verdad y Justicia ha animado muchas otras luchas, pero casi siempre muy rápidamente éstas se desvían hacia generar confianza en la buena voluntad del poder o de los hombres y las mujeres del poder.
Bajo la coartada de darles el beneficio de la duda, se olvidan de a quién encabezaban y se dedican a cortejar o insultar a los gobernantes. Pero no a construir las herramientas y la argamasa de la otra justicia, que siempre está basada en la verdad.

Lo que le ha dado resonancia nacional y mundial a Ayotzinapa no ha sido únicamente el acto perverso y criminal de las desapariciones y de los asesinatos, sino la firme voluntad de los familiares por encontrar la Verdad y la Justicia.

Por eso, de manera natural, reaccionan con profunda desconfianza frente a un “poder” que ha dado muestras inequívocas de que no quiere saber nada de la verdad y la justicia, pues ellos trabajan con base en otras coordenadas, a saber, la mentira y la arbitrariedad.

Por eso, desde el gobierno y los medios de paga se llevó una campaña para criminalizar a los estudiantes de las normales rurales, por eso se llevó a cabo una campaña para “evidenciar” sus prácticas internas, por eso siempre se ha buscado criminalizarlos como seres viles que no merecen respeto.

No hay que olvidar la campaña de Mexicanos Primero de Claudio X González y Televisa para poner en la picota todo el sistema de educación pública.

Mentira y arbitrariedad. La base de la política del mandón, de la sociedad del poder, no importa qué problema económico o conflicto social o acción criminal enfrente, en su ADN corre la mentira y la arbitrariedad.

No importa si se trata de preparar el asesinato de Emiliano Zapata o de atacar a los mineros de Nueva Rosita o de calumniar la lucha de los ferrocarrileros o de enfrentar a los médicos.

No importa si se trata de tener pláticas con los líderes estudiantiles de 1968, al mismo tiempo que se preparaba la masacre, o de hablar de apertura democrática mientras se creaba el cuerpo paramilitar de los halcones (sólo para ilustrar a las buenas conciencias de izquierda: los halcones fueron un grupo paramilitar creado no para romper cristales o quemar la puerta de palacio, sino para asesinar a estudiantes de izquierda, pequeño breviario cultural, dedicado a l@s Sinsajos de México).

No importa si se trata de reconstruir la ciudad con miles de personas vivas bajo los escombros. Su sello es la mentira y la arbitrariedad.

Es el sello de quienes elaboraron la frase insignia del gangsterismo político: “En México, a diferencia de otros países, estudiamos los resultados electorales no contamos los votos y ya” (Manuel Bartlett, ídolo del Sinsajo de MVS y del diario La jornada, una vez que en el “camino hacia Damasco” vio el resplandor del señor AMLO).

De quienes, en 1995, firmaron los acuerdos de San Andrés y luego se echaron para atrás argumentando que se habían bebido ocho chinchones y que eso les había afectado su capacidad intelectual (¿).

De los que organizaron y avalaron un referéndum (procedimiento, dicen, democrático) amañado, para unos días después permitir la entrada de la policía a la UNAM.

La mentira y la arbitrariedad de quienes ahora buscan que los padres y madres de los normalistas acepten que con una muela se identifique a un cadáver y, entonces, se “resuelva” el asunto por medio de los cañonazos de los que hablaba Álvaro Obregón.

Pero los familiares, y de ahí la importancia de Ayotzinapa, no han caído en ese juego. Siguen siendo 43 los desparecidos no 42, como algunos expertos de la mercadotecnia del poder, disfrazados de izquierdistas, nos quieren hacer creer. Porque a ellos les apura que se encuentren muchas muelas más e ir contando al revés, para que así se salve la elección del 2015, que es lo único que les importa.

La organización, el otro elemento corrosivo

Posteriormente, el Subcomandante Insurgente Moisés pone un punto esencial en el debate político. Desde la  visión del poder, lo que sin lugar a dudas se ha constituido como su catecismo es evitar los procesos de organización que desde abajo se crean o eliminar, por medio de su arrasamiento, aquéllos que ya existen.

Dice el Subcomandante:

Por eso es mejor que tomemos el ejemplo de los familiares de Ayotzinapa de organizarse. Hay que construir y crecer organización en cada lugar donde vivimos.

(Ídem)

La verdad y la justicia sólo se construyen cuando se dan pasos hacia adelante en los procesos de auto-organización. La razón es sencilla: en México, como en pocos lugares, una religión de Estado ha sido evitar las dinámicas de organización independiente con relación al poder, por parte de la sociedad.

En la relación dominio-sujeción, para el poder es indispensable evitar la organización de los de abajo. Y esto tiene que ver con el temor fundado de que todo proceso de organización transgrede las normas, reglas, los usos y costumbres que buscan asegurar esa relación de subordinación.

Ya sea manteniendo atomizada a la sociedad o generando procesos que simulan la organización, pues se trata de construir organizaciones que cumplen el papel de fuerzas contrainsurgentes. Ya que al mismo tiempo que aparentan ser rezongonas, reciben millones de pesos con el único objetivo de inhibir, impedir o agredir a las organizaciones realmente independientes (CIOAC-H o I, ORCAO, etcétera, no son sino ejemplos de algo más profundo).

Ayotzinapa ha demostrado que, en medio de la tragedia, la firmeza de los y las familiares ha logrado impulsar un proceso de organización independiente. No hay que olvidar que hace solamente dos años, surgió otro movimiento de familiares de desaparecidos y asesinados, encabezado por Javier Sicilia.

Ese movimiento evidenció la catadura moral de un poder que usa el crimen y la desaparición como formas para incrementar las ganancias. Sin embargo, en lugar de construirse hacia abajo lo que hizo fue buscar incidir en la crisis de los de arriba. El problema no era simplemente si se besaba al poder (la imagen ya era fuerte, pero no era lo fundamental), lo central es que todo se diseñó al margen de los actores fundamentales de la tragedia.

Los “expertos” tomaron en sus manos el control del movimiento y dejaron en un segundo plano a los actores verdaderos.

En Ayotzinapa, muchos (muchos más que con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad) han querido usurpar la dirección del movimiento. Por todos los flancos eso ha sucedido. Sin embargo, los familiares no se han movido de su objetivo y no han perdido de vista quiénes son los responsables.

En los informes que los familiares han hecho de los diálogos con el gobierno, evidencian una completa y sana desconfianza y, si se me permite, náusea de estar sentados frente a los causantes de su dolor.

Saben que están enfrente de los que han generado el horror que hoy se vive en un país donde cada día desaparecen trece personas.

Por eso las palabras firmes y fuertes del Subcomandante Moisés:

Así lo vemos nosotras, nosotros los zapatistas, que el esfuerzo de trabajo y lucha con rebeldía y resistencia con dignidad de los familiares de los compañeros estudiantes desaparecidos, es que nos están llamando a organizarnos para que no nos pase igual.

O para que sepamos qué hacer antes de que nos pase igual.

O qué hacer para que nunca le pase a nadie esto lo que les pasó por este sistema en que estamos.

Porque lo han explicado muy bien los familiares de Ayotzinapa. Como buenos maestros, los familiares han explicado que el responsable del crimen es el sistema por medio de sus capataces.

(Ídem)

La lección de Ayotzinapa

Posteriormente se analiza el significado profundo de Ayotzinapa. Y se nos da la clave de su repercusión.

En toda la geografía de abajo estamos viviendo los efectos más nocivos de la fase actual del capitalismo, que se llama neoliberalismo. Por eso es tan ridículo querer separar ambas partes. Aquellos que sueñan con crear una fase posneoliberal, pero todavía en los marcos del capitalismo, lo único que generan son ilusiones falsas que sólo van a llevar a la desilusión y la desesperanza.

En esta fase neoliberal del capitalismo, las fuerzas más sombrías del capitalismo se han soltado. El horror se pasea por todos los territorios donde habitamos los de abajo. Ya no importa si es un territorio bajo población indígena o campesina o urbana. La geografía de abajo ha sido escogida para desatar ese horror.

La idea es sencilla, pero no por eso menos espeluznante. Hoy el enemigo del sistema no se ubica únicamente en las zonas industriales. Hoy se ha precarizado tanto el trabajo que se ha vuelto mayoritario el trabajo precario.

Ese trabajo precario habita, por un lado, en los territorios que antes eran conocidos como de vocación agraria, y que ahora son factores de la nueva generación de ganancias producto del saqueo de los bienes terrenales. Y, por el otro, en las zonas “urbanas hiperdegradadas”, donde habitan millones de seres humanos en condiciones de sobrevivencia.

Entonces, de lo que se trata es de desarrollar el horror en todas esas regiones. Paralizar e inhibir por medio del miedo cualquier tipo de organización independiente.

Para eso, las sociedades del poder (los dueños del mundo) cuentan con gobiernos que sólo sirven como instrumentos de seguridad interna. Y cuentan con el ejército, la marina (que ya nunca está en las costas, más que para proteger la salida de minerales y la entrada de cristal), las diversas policías, las bandas de grupos criminales y los cuerpos paramilitares para garantizar esa seguridad interna.

Eso no es algo que pase únicamente en México, sucede en toda la geografía de abajo en el mundo. El valor de Ayotzinapa es que los familiares han evidenciado que se puede, no sólo desnudar las intenciones del poder, sino que es posible luchar por conseguir Verdad y Justicia:

Lo que nos ha hecho pensar la lucha de los familiares y compañeros de Ayotzinapa es que quienes secuestran, asesinan y mienten son los mismos.

Que no va a buscar la verdad quien predica la mentira.

Que no va a hacer justicia quien impone la injusticia.

Y es que pensamos que esto ya no puede ser que siga siempre así, en todas partes y en todos los niveles.

Y esto es lo que nos enseñan los familiares de Ayotzinapa, que es mejor que nos busquemos y nos encontremos quienes padecemos esta enfermedad que se llama capitalismo.

De su mano de los familiares de Ayotzinapa buscamos a las desaparecidas que hay en todos los mundos que somos.

Porque las desaparecidas y asesinadas todos los días y a todas horas y en todas partes son la verdad y la justicia.

De su mano de los familiares de los 43 entendimos que Ayotzinapa no está en el estado mexicano de Guerrero, sino que está en todo el mundo de abajo.

De su mano entendemos que el enemigo común del campo y de la ciudad es el capitalismo, no sólo en un país sino en todo el mundo.

Pero esta guerra mundial capitalista encuentra en todos los rincones a gente que se rebela y resiste.

(Ídem)

La pluralidad de la respuesta, la limitación del dogmatismo

En otra parte del discurso, el compañero Subcomandante Moisés claramente señala la inoperancia de un pensamiento dogmático. En última instancia, no sólo el capitalismo ya no es el mismo de hace veinte años, tampoco lo puede ser el pensamiento libertario.

La idea de un programa, un plan de acción, una forma de lucha se ha evidenciado hasta el cansancio no sólo como errónea sino, sobre todo, como frustrante. El dogmatismo es el padre de la pereza práctica e intelectual.

Las respuestas conocidas, no sólo por repetitivas sino por ineficaces han prohijado el pensamiento impotente de la izquierda. La vieja idea que se repetía, cambiando únicamente el autor del mando (sea el comandante, el dirigente partidario, el líder social, el creador de opinión pública, el intelectual que tiene respuesta para todo, es decir para nada, el hombre providencial, el caudillo carismático que habla con dios, etcétera), de que alguien nos iba a decir por dónde empezar, qué hacer y cómo hacerlo, no tiene asidero en la actualidad.

La pluralidad de respuesta tiene que ver con algo objetivo: la pluralidad de actores o sujetos. Esto no es una debilidad en sí misma. Más aún, puede ser una gran fuerza si entendemos que el poder está acostumbrado a enfrentar un polo centralizado y único.

El problema se le presenta cuando lo que tiene al frente es tan variado, tan diverso, tan plural, que no encuentra ni a quién clavarle sus dardos o agujas envenenadas, ni a quién comprar, halagar, cortejar.
Esa es la razón por la que no puede encontrar la cuadratura al círculo de cómo enfrentar a los familiares de los desaparecidos. Ellos y ellas se han mantenido a buen recaudo de adoptar una sola visión, una sola línea política.

Y en sus luchas de rebeldía y resistencia se van conociendo entre sí y hacen sus acuerdos para lograr lo que se quiere.

Se conocen pero no se juzgan entre sí.

No entran en competencia a ver quién es mejor.  No se preguntan quién ha hecho más, quién va adelante, quién es vanguardia, quién manda.

Lo que se preguntan entre sí es si hay algún bien en lo que hace el capitalismo.

Y como la respuesta que encuentran es que NO hay nada de un bien, sino todo lo contrario, nos hace mil formas de males, entonces es lógico que tenemos mil formas de respuesta a ese mal.

O sea que la pregunta pasa a ser ¿cómo se hace para rebelarse contra el mal?  ¿Cómo se resiste para que ese mal del capitalismo no destruya?  ¿Cómo se hace para volver a construir lo destruido de modo que no quede igual sino que sea mejor?  ¿Cómo se levanta al caído?  ¿Cómo se encuentra al desaparecido? ¿Cómo se libera al preso?  ¿Cómo viven los muertos? ¿Cómo se construyen la democracia, la justicia, la libertad?

No hay una respuesta sola.  No hay un manual.  No hay un dogma.  No hay un credo.

Hay muchas respuestas, muchos modos, muchas formas.

(Ídem)

La defensa del territorio, la defensa de la existencia de los pueblos originarios

Y, entonces, las y los compañeros zapatistas nos descubren la razón profunda (desde luego aparte de su generosidad) de darle a la lucha de los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa el lugar central en el Primer Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo.

Hoy, las dos luchas fundamentales en las que se juega, no el futuro en abstracto de México (como les gusta decir a los que hacen discursos grandilocuentes), sino la sobrevivencia y la vida de los de abajo de México son las de quienes luchan por la Verdad y la Justicia (las y los familiares) y las de quienes luchan por defender el territorio (la vida de los pueblos originarios).

Esas dos luchas no tienen vuelta atrás. En ambas, un triunfo del poder significaría un retroceso fundamental de la sociedad mexicana.

Si la mentira y la arbitrariedad se imponen, y si se expropia para beneficio de las trasnacionales el espacio vital de existencia de los pueblos originarios, que en el transcurso de la historia de México son los que le han dado identidad y razón de ser, entonces el capital tendrá el camino despejado para realizar todas sus tropelías y horrores.

Una vez más frente a México se abre un dilema: la vida o la muerte.

La vida, si por fin se logra imponer la verdad y la justicia. Si ya no confiamos en un poder económico excluyente y criminal. Si no seguimos pensando que alguien va a resolver nuestros propios problemas. Si no permitimos que todos esos rincones de México donde persisten de manera necia y terca los pueblos originarios se eliminen y, por lo tanto, los mismos pueblos dejen de existir.

O la muerte. La muerte de los que asesinan o desaparecen con el único “argumento” de que lo hacen porque PUEDEN. Porque necesitan dejar en claro que están dispuestos a llegar hasta lo más terrible, hasta el horror más intenso. La idea es simple: tenemos el poder podemos hacer lo que nos venga en gana.

Eso puede parecer algo exagerado o apocalíptico pero, no hay nada que nos convenza de que no es verdad. De que no fue el Estado el que desapareció a 43 jóvenes normalistas y asesinó a tres de sus compañeros de Ayotzinapa. O de que no es el Estado el que está haciendo leyes y promoviendo la entrega de todo el territorio nacional a las trasnacionales. ¿Alguien puede darnos argumentos serios que demuestren lo contrario?

Entonces, abajo se lucha por la vida, la verdad y la justicia. ¡Poca cosa! Y ahí es donde es posible encontrarnos los que ya nos cansamos de pedir al gobierno que nos resuelva nuestros problemas. Los que sabemos que ahí no está el poder. Que Peña Nieto, Osorio Chong, Murillo Karam, o Cárdenas, López Obrador o Calderón y su mujer, solamente cumplen órdenes (lo hacen muy mal, pero eso es otro cantar) del verdadero poder.

Y que ese poder, en una sala de juntas de sus “cabezas pensantes”, compraron la idea de que hay que apropiarse de todos los rincones del mundo donde se encuentren los bienes terrenales.

Para eso entendieron que tenían que desatar una nueva guerra (la IV) y que esta guerra, a diferencia de las otras, tendría que ser librada en todo el mundo, al mismo tiempo y con todos los instrumentos con los que cuentan.

Con armas, sí, en algunas ocasiones, pero también con usura y especulación, cartas de intenciones, fuga de divisas, boicots económicos y caídas artificiales de los precios de las materias primas (como lo que pasa ahora con el petróleo).

Con ideologías degradativas de los pueblos del mundo, con el pensamiento único, un solo idioma, una sola “cultura”, una sola comida.

Con la puesta en pie de grupos terroristas que cuentan con armamento de la sociedad del poder, que cometen asesinatos para ayudar a justificar el sionismo y la dominación contra el pueblo de Palestina o que ayudan a avanzar las ideologías fascistas en muchos países.

Esa guerra total no está hecha en función de enfrentar a dos o tres o cuatro ejércitos. Es una guerra contra la humanidad y por la ganancia.

El Subcomandante Moisés lo explica así:

Desde hace más de 18 años nos hemos encontrado como Congreso Nacional Indígena de la mano de la finada Comandanta Ramona.

Desde entonces hemos tratado de ser alumnos de su sabiduría, de su historia, de su empeño.

Desde entonces hemos ido revelando, juntos, el andar de la tétrica carroza del capitalismo sobre nuestros huesos, nuestra sangre, nuestra historia.

Y nombramos la explotación, el despojo, la represión y la discriminación.

Y nombramos el crimen y al criminal: el sistema capitalista.

Pero no sólo, también con nuestros huesos, sangre e historia nombramos la rebeldía y la resistencia de los pueblos originarios.

Con el Congreso Nacional Indígena levantamos el digno color de la tierra que somos.

Con el Congreso Nacional Indígena aprendimos que tenemos que saber respetarnos, que todos vamos a tener nuestro lugar en nuestras demandas.

Entendemos que ahora lo más urgente es la verdad y la justicia para Ayotzinapa.

Hoy lo más doloroso e indignante es que no están con nosotros los 43.

Mañana no queremos que nos pase así también, por eso difundamos allá en nuestros pueblos, naciones, barrios y tribus.

Llamemos a nuestros pueblos a ya no permitir que nos sigan engañando con miserables migajas, sólo para mantenernos callados y que los Mandones se sigan enriqueciendo a costa nuestra.

Juntemos nuestras rabias y organicemos y luchemos dignamente sin vendernos, sin rendirnos y sin claudicar por nuestros presos políticos, que por luchar por las injusticias en que vivimos los tienen en la cárcel.

Como pueblos originarios peleamos por lo que es nuestro derecho, sabemos cómo hacer esto, así nos enseñaron nuestros tatarabuelos que no los pudieron acabar como originarios que somos de estos suelos.

Por eso existimos tantas lenguas, porque supieron cómo no dejarse acabar nuestros antepasados, ahora nos toca a nosotros lo mismo ahora.

Todos debemos decirle NO a las transnacionales.

(Ídem)

Finalmente, es indispensable destacar las palabras finales:

En los próximos días, semanas, meses, saldrá más de nuestra palabra, de nuestro pensamiento de cómo vemos el mundo pequeño y el mundo grande.

Serán palabras y pensamientos difíciles porque son sencillos.

Porque lo vemos claro que el mundo ya no es el de hace 100 años, vaya ni siquiera es el mismo de hace 20 años.

Como zapatistas que somos, aunque pequeñas y pequeños, lo pensamos el mundo.

Lo estudiamos en sus calendarios y geografías.

El pensamiento crítico es necesario para la lucha.

Teoría le dicen al pensamiento crítico.

No el pensamiento haragán, que se conforma con lo que hay.

No el pensamiento dogmático, que se hace Mandón e impone.

No el pensamiento tramposo, que argumenta mentiras.

Sí el pensamiento que pregunta, que cuestiona, que duda.

Ni en las condiciones más difíciles se deben abandonar el estudio y el análisis de la realidad.

El estudio y el análisis son también armas para la lucha.

Pero ni sola la práctica, ni sola la teoría.

El pensamiento que no lucha, nada hace más que ruido.

La lucha que no piensa, se repite en los errores y no se levanta después de caer.

Y lucha y pensamiento se juntan en las guerreras y guerreros, en la rebeldía y resistencia que hoy sacude al mundo aunque sea silencio su sonido.

Pensamos y luchamos las zapatistas, los zapatistas.

Luchamos y pensamos en el corazón colectivo que somos.

(Ídem)

Hace ya varios años, era el 2007, el Comandante Tacho me preguntó: ¿Por qué son así los intelectuales.

Leen mucho, saben lo que es el sistema capitalista, entonces, por qué hacen lo contrario de lo que leyeron y
piensan?

Yo, balbuceé algunos intentos de respuesta, pero nunca pude acertar a dar una medianamente creíble.

El 1 de enero de 2015, los propios compañeros zapatistas me dieron la respuesta.

La intelectualidad de izquierda, en su inmensa mayoría, abandonó el pensamiento crítico para refugiarse en “verdades” siempre desmentidas por la práctica.

Una forma elegante y amable de explicarlo nos refiere al pensamiento haragán, el que ya no investiga y sobre todo el que ya no se pregunta a sí mismo. El que se repite hasta el cansancio, repitiendo formulaciones manidas, que son simplemente una coartada para evitar pensar. Porque el pensar siempre da vértigo.

Efectivamente, los lugares comunes y los asideros teóricos siempre son más sencillos que el arriesgarse a formular una pregunta. Una pregunta molesta, complicada, insolente.

Pero, existiendo eso, no cabe duda que la haraganería es sólo el síntoma de algo más profundo

El éxito del pensamiento dogmático lo debemos buscar en otro lugar: en el abandono del combate ideológico con la derecha. En la impresionante voluntad de no sobrepasar los límites culturales, ideológicos o políticos que la derecha ha impuesto.

Especialmente, en la aceptación pasiva de que no hay nada más allá de la democracia representativa, del mercado, de sus “leyes”. En que no hay horizonte más allá del capital.

Todo esto nos deja como necesidad el ser apreciado, la fama como objetivo y, por lo tanto, la necesidad de ser bien portado. Intelectual de izquierda sí, pero responsable, no extremista, siempre cool.

En unos cuantos años, entre la intelectualidad de izquierda se ha creado la gramática de la resignación. A lo más que aspiran es a aconsejar al poder sobre cómo no ser tan salvaje en sus mecanismos de explotación.

Esta autocensura tiene sus raíces en un fenómeno aún más profundo: el intelectual progresista ha dejado de ser alguien que tiene responsabilidad social (hoy puede decir algo y mañana lo contrario, pero no media ninguna reflexión), para pasar a ser el experto, el asesor, el consultor.

Aquél que se ubica frente a la sociedad de abajo y pone por enfrente todo lo que tiene de diferente a ella. El que tiene que decirle, por obligación, lo que tiene que hacer. Aquél que se siente experto en todo aunque, por convicción, renuncia al análisis de la totalidad.

Aquél que se siente cómodo frente al que reconoce su obra y no entiende que lo que dice normalmente no tiene repercusión. Ya que no está vinculado a una lucha, a una movilización, a una clase social popular.

A lo más que llega es a ser asesor de movimientos sociales, que son la cobertura de izquierda de los burócratas sindicales o de los neocaciques campesinos.

Atrás quedó la época en que los intelectuales formaban parte de las luchas sociales y arriesgaban lo que decían, en tanto lo decían en función de su adscripción a la lucha anticapitalista.

Hoy, buscan resquicios para forjar un muro entre la lucha antineoliberal y la lucha anticapitalista.

Desde luego, existen excepciones importantes. Quienes día con día renuevan su pensamiento. Esto lo han logrado porque han decidido jugarse con los más pobres del mundo y de México.

Hace algunos meses, el difunto Subcomandante Insurgente Marcos escribió: “Un fanático es alguien que, con vergüenza, esconde una duda”.

Si para que exista la teoría ésta debe ser producto de un pensamiento crítico, la obligación del intelectual es dudar. O, por lo menos, hacer que otros duden.

Claro, lo mejor es cuando un pensamiento está ligado a una práctica. Si eso es verdad, el pensamiento será crítico o no será. Porque la práctica
siempre está llena de matices y de diversos colores.

El pensamiento crítico es el que tarda en ser elaborado, necesita ser compartido, debe siempre ser revisado, debe entender que sólo designa tendencias y no situaciones terminadas.

El pensamiento crítico debe siempre partir de un planteamiento ético, debe ser ambicioso por ser modesto, debe ser diáfano y sencillo, no debe poner a quien lo lee o escucha en la posición de decir “cuántas cosas no sé”. En síntesis debe ser subversivo y libertario.

Fuente: https://zapateando.wordpress.com/2015/01/14/verdad-y-justicia-elementos-corrosivos-contra-el-poder/

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