lunes, 30 de julio de 2018

No venderse, no rendirse, no claudicar


Babel
No venderse, no rendirse, no claudicar*
Javier Hernández Alpízar

Al compañero binnizá Lukas Avendaño, con quien alzamos la voz para pedir la presentación con vida de su hermano desaparecido, Bruno Avendaño.

La vida no es justa, el mundo no es justo, la historia no es justa. Llamó Simone Weil a la justicia, “desertora del campo de los vencedores”. Y Walter Benjamin escribió que los vencedores no sólo vencieron en el pasado sino que continúan venciendo hoy, y tenemos que defender de ellos a nuestros muertos, defenderlos de los vencedores y de cómo escriben su historia. Precisamente porque la vida y el mundo no son justos, luchamos por la justicia como utopía orientadora, una brújula ético- política.
Y tenemos que salvar no sólo el presente, sino el pasado, la memoria, y con ella, nuestros muertos; y salvar el futuro: ahí donde no queremos ya más ser esclavos, ni estar colonizados, ni olvidados o negados.

Actualmente los hoy vencedores están construyendo, fabricando, maquinando y reproduciendo una imagen falsa de los zapatistas del EZLN, no solamente de ellos, también de otros movimientos sociales, pero especialmente de ellos y de quienes han estado y hemos estado con ellos desde que los conocimos, cuando nos dieron la sorpresa del inicio de 1994 con su alzamiento armado, su declaración de guerra contra el Estado mexicano y, con ello, el derrumbe de la imagen del ídolo con pies de barro: Salinas de Gortari. Es especialmente injusta y calumniosa la falsa imagen de los zapatistas actuales como “fabricación del salinismo”, entre otras razones, porque ellos perdieron vidas de compañeros indígenas que murieron combatiendo al gobierno y al ejército de Salinas de Gortari en una guerra justa contra la tiranía. Desde el momento en que, obedeciendo a la presión de la movilización ciudadana que dijo “compartimos las causas, pero no la vía”, aceptaron los zapatistas del EZLN sentarse a dialogar con el Estado mexicano, hubo unos primeros pocos “decepcionados”: ¿esperaban que mataran a todos los zapatistas actuales para así garantizar su “pureza revolucionaria”? Sin embargo, los zapatistas del EZLN decidieron que no tienen vocación de mártires, decidieron vivir, cumpliendo con el pensamiento brechtiano de que el primer requisito para ser revolucionario es estar vivo. Además los zapatistas actuales, más que revolucionarios, se han declarado rebeldes: en vez de cambiar el mundo desde arriba, aspiran a transformarlo desde abajo, transformar el mundo y transformar el poder, y de transformarnos como sujetos políticos, para construirnos como sujetos autónomos, pensantes, rebeldes. De ahí lemas ético-políticos como el que da título a estas líneas: “no venderse, no rendirse, no claudicar”.

Como en el mundo no existe justicia y como los vencedores del momento están tratando de escribir una falsa historia en la que los zapatistas actuales no figuran sino para el escarnio y la burla, por su color de piel o por no ser un movimiento seguido por millones, es hora de alzar nuestra voz, en defensa de la memoria. Es hora de aplicar el apotegma que me hicieron recordar hace poco los editores de la página (hackeada como otras, como Enlace Zapatista) “Los Gastos Pendejos”, ese apotegma que dice: “soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad”, con el cual Aristóteles definió la única honestidad intelectual posible. En aras de esa honestidad intelectual a la que estamos obligados, y de la ética política que los zapatistas del EZLN nos han enseñado, tenemos que aclarar algunas cosas y refrescar la memoria a los desmemoriados; incluido el oficiante de la amnesia a conveniencia, quien viajó por Europa gracias a sus redes de apoyo, pero hoy acusa a los zapatistas del EZLN de “sectarios” o de llamarlo “tonto”.

Sin el alzamiento armado de los zapatistas, no se habría derrumbado la imagen autoconstruida de Salinas de Gortari, quien quería pasar a la historia como el Gorbachov, el modernizador mexicano. Sin la Marcha de la Dignidad, Marcha del Color de la Tierra, no habría comenzado a derrumbarse otro ídolo con pies de barro, Vicente Fox. Además, sin la crisis del sistema político mexicano que los zapatistas actuales provocaron, la cual obligó a los partidos existentes (PRI; PAN y PRD, representado este último por Muñoz Ledo y López Obrador) a pactar los acuerdos de la calle de Barcelona, en la Ciudad de México, no habrían podido gobernar algunos estados y el país los partidos antes de oposición: el PRD en la ciudad de México, el PAN en el país, y ahora Morena, en el país.
Interesadamente pretenden olvidar hoy la presencia desafiante del EZLN en el sureste mexicano para fingir su inexistencia, su pasividad o inventar teorías de la conspiración sobre ellos. Así como en la Nueva España no se creía que las rebeliones indígenas fueran otra cosa que obra de la mala influencia de mestizos o castas, así han sido la derecha y luego la derecha camuflada de izquierda (PRD y Morena) las que han intentado explicar la extraña conducta de los indígenas zapatistas: insumisión, rebeldía y negación a claudicar, como la obra de “extranjeros”, “priistas”, “mestizos” o alguna otra fuerza extraña: el racismo y colonialismo son transparentes en estas calumnias.

Sin embargo, la vocación de spoilers de los zapatistas actuales, resultado de su mirada no centrada sólo en lo inmediato, sino en el mediano y largo plazo, en las tendencias, esa vocación de aguafiestas ha acertado: como dijeron los zapatistas desde 2005, la “izquierda” del PRD y la de López Obrador dejaron de ser izquierda, son una derecha que quiere pasar por “centro”. El PRD acabó diluyéndose en sus “exitosas” alianzas con el PAN; y Morena, antes de ir a su primera elección presidencial, era ya el caballo de Troya del PES, yunquistas, políticos y empresarios salinistas, zedillistas, foxistas y calderonistas, y un pinochetista como Alfonso Romo.

En lugar de una exégesis de los textos zapatistas en los cuales han expresado con claridad asombrosa y anticipadora todo esto, intentaremos analizar, por nuestra propia cuenta y riesgo, a la comunidad carismática (que gracias al voto de castigo y hartazgo, se sueña hoy masiva) de López Obrador. Esta operación mental, intelectual, conceptual, no es mero ocio especulativo, es un intento por hallar un hilo racional que nos oriente en medio del fanatismo y el supremacismo de Morena y su retroalimentación con las porras y los posteos masivos que ahogan las voces que dicen: “el rey va desnudo”.

Nos centraremos en solo un sector del voto y apoyo a AMLO y Morena, descontando el voto que le logró quitar a Margarita Zavala, el PAN, el PRD y el PRI y los sin partido, quienes sufragaron castigando a esos partidos. Estos votantes actuaron con la racionalidad del mal menor o del voto útil de castigo contra quienes han malgobernado México. Es una apuesta racional y su decepción vendrá cuando vean que no hay diferencias radicales entre los castigados y los beneficiados con el voto de castigo. Descartamos también los votos comprados por Morena y el Partido Verde, al menos en Chiapas, como relató en La Jornada Luis Hernández Navarro. Nos ocuparemos más bien del núcleo duro del voto pro AMLO y Morena porque es también muy activo en las redes digitales y en la contrainsurgencia contra los zapatistas y otros movimientos sociales. Es un sector que está dispuesto a darle a AMLO un cheque en blanco por varios años y hasta ahora se ha mostrado hostil contra quienes no acepten su postura y su lógica como la única razonable y la única honesta, por lo que acusan a todo disidente u opositor de traición a la patria, encarnada en su líder fetichizado. Este sector será mantenido fiel, además de por convicción, por las ayudas económicas del gobierno de Obrador y Romo que irán destinadas a jóvenes urbanos, los así llamados millennials, y otros sectores focalizados, repito, muy activos en redes digitales.

Exploremos esta vía de análisis. La crítica del fetichismo viene desde los profetas del Antiguo Testamento, quienes constantemente regañaban al pueblo hebreo por su propensión a la idolatría: adorar un fetiche, una obra de sus propias manos. Haciendo una analogía, Karl Marx la trasladó al concepto del fetichismo de la mercancía y el del fetichismo del dinero: una obra de las manos de los trabajadores aparece ante sus ojos con propiedades fascinantes, deslumbrantes, ajenas a ellos, independientes de sus creadores. La mercancía, en estos tiempos, pasó a ser modelo de plenitud de ser, y con ello, los seres humanos han querido soñarse siempre jóvenes, siempre sanos, atléticos, con fenotipo caucásico, o al menos con el fenotipo más juvenil y vigoroso de su propia etnia. Después, fetichizar estrellas de cine, del deporte, del rock o del pop es apenas un sistema paralelo al de la fetichización de las mercancías: esas estrellas son los modelos que dicen cómo vestir, de qué color llevar el cabello o qué fumar o beber, promueven productos y marcas. Además de los rockstars, el sistema capitalista y aun el socialismo real han fetichizado a seres humanos haciéndolos pasar como superhombres, como hombres providenciales o genios.

Pero aquí nos referimos a un fetichismo específico. En la política opera un fetichismo con las características propias del poder, de la relación entre líder y masas: son las masas quienes empoderan al líder con su presencia en las demostraciones masivas de poderío, en las campañas, en la guerra o en las urnas. Sin embargo, la narrativa del poder invierte la relación, parece que el líder, con su carisma, su legitimidad o su providencialidad, es quien da legitimidad a las masas, quien las hace ingresar en la dimensión de la historia. Ante el líder fetiche, las masas sucumben al poder de una obra suya, a quien ven como independiente, superior a ellas y como guía.

Las masas humanas tienen, como las masas físicas, una fuerza de gravedad que atrae y hace desaparecer en ellas a colectivos más pequeños o a individualidades. Pero el problema no es meramente ese poder y energía concentrados, sino que la fetichización del líder impide todo control democrático: las masas introyectan que ellas deben obedecer al líder y no al revés, por ende, no tienen ningún control democrático sobre él ni sobre sus operadores, sus estructuras burocráticas, su partido u organización. Por algo Simone Weil identificaba esta forma política con la Gran Bestia de la Revelación de San Juan: porque la fetichización del líder, el partido y de las masas obedientes es una versión “secular” (muy precariamente secularizada) del ídolo.

Además, el carisma del líder y su movimiento de masas trata de tener el apoyo de las masas de los muertos, diría Elías Canetti, el pasado, la historia, la cual tiene que ser reescrita para legitimar la dominación presente. Esa es la historia de la que tenemos que salvar a nuestros muertos. Así como el PRI pretendía ser heredero de Zapata y Villa, lo mismo que de sus asesinos; así los propagandistas de Morena pretenden ser herederos de la historia (la “cuarta transformación”) aunque traicionen y falsifiquen los ideales y principios de las revoluciones anteriores, por ejemplo, del magonismo, al llamar “Regeneración” al diario oficial de un movimiento restaurador del neoliberalismo con estabilidad social.

Una de las consecuencias directas de ese “nosotros carismático” es que necesita un enemigo externo cuya hostilidad y amenaza lo justifique: como está prohibida, tabuada, la crítica a la burguesía y los capitalistas, con los que pacta la administración del conflicto social, la mistificación de la lucha de clases, entonces los enemigos son los extranjeros, los migrantes, los otros. En este caso: los críticos, los movimientos sociales, las resistencias contra los megaproyectos, como el Aeropuerto de Texcoco, y todos los que no aceptan la “pacificación” (por cierto, así también la llamaba el porfirismo): los insumisos, como los zapatistas del EZLN, y con ellos el CNI y el CIG.

¿Cómo llegó un movimiento que pretendía ser de izquierda a esta posición: del imaginario que les prometía Taibo II, fusilar a los conservadores, al escenario que fantasea hoy en redes digitales la contrainsurgencia antizapatista: fusilar a Galeano como “traidor al pueblo” y sobre todo como “amenaza” para el líder fetiche que vestirá la banda presidencial? Mi hipótesis es que llegó a eso por la inversión de fines y medios: el análisis aparentemente frío, racional, instrumental, pragmático y estratégico no funciona sin un núcleo de fe: la fe en el líder carismático. Pero el resultado interesante de esta operación es la inversión de fines y medios: el partido deja de ser un medio para un fin y, como dice Simone Weil, el partido se vuelve un fin en sí mismo. Si un molesto Sócrates preguntara sobre la diferencia entre la doctrina o el ideario de un partido y otro, llegaría a un fondo confuso, un río revuelto de ideas ambiguas, aunque todas neoliberales. Pero el partido tiene que crecer, tiene que ganar, tiene que avasallar, tiene que callar a las voces críticas. Y si el líder es lo esencial del partido, entonces el líder deja de ser el medio para un fin, la pascua histórica, y se vuelve un fin en sí mismo: el presidente como sustancia pura, histórica y aun transhistórica, el avatar de la cuarta transformación, es decir un ídolo y fetiche. López Obrador (como antes pasó con el PRD) dejó de ser un medio para un fin: el cambio, y se convirtió en el fin en sí mismo, al que se puede sacrificar todo: incluso el cambio. Importaba tanto que López Obrador fuera presidente, que no importó que para ser elegible se comprometiera con un programa esencialmente neoliberal.

El pragmatismo en boga, no en su sentido filosófico sino coloquial, hace como dicen los versos de una canción de Serrat: “juega las cartas que le da el momento, mañana es sólo un adverbio de tiempo”. La lógica del pragmatismo es ver y administrar los útiles que te pueden ayudar como medios para un fin, ciega razón instrumental, pero cuando estos instrumentos son otras personas (políticos priistas, perredistas, panistas, yunquistas, de Encuentro Social), entonces el uso es doble: tú los usas a ellos y ellos te usan a ti. Más allá del problema ético, usar personas como medios, hay un problema específicamente político: en la medida en que vas haciendo esas alianzas, el cambio, la supuesta meta, es también trastocado, por debajo del lenguaje aparentemente “regenerador” hay una continuidad del neoliberalismo claramente expresada: el paraíso de las inversiones y las Zonas Económicas Especiales. Y una profundización de la agresión colonial, así por ejemplo, las semillas editadas genómicamente, como llama la neolengua a los transgénicos, o el corredor Coatzacoalcos-Salina Cruz, versión siglo XXI de los tratados McLane-Ocampo, y el tren de alta velocidad de Cancún a Palenque, que proyecta su amenaza sobre territorios indígenas mayas, enclaves coloniales que AMLO prometió en su carta a Trump. Proyectos que pese a las supuestas intenciones de “respetar derechos humanos” de los pobladores, comienzan violando su derecho a decidir el tipo de desarrollo que desean al imponerles la subordinación a los intereses del capital estadunidense.

Al concepto de fetichismo de las mercancías de Marx, Walter Benjamin lo enriqueció con el análisis de la prostitución moderna: las mercancías seducen a los clientes para que las compren y hay de suyo una prostitución en la venta de las mercancías, por lo que el mundo y el sistema de las mercancías es una pornocracia, con el marketing como gran alcahuete. Por otro lado, en la figura de la prostituta encuentra Benjamin la apoteosis de la empatía con la mercancía. Llevando este concepto a la fetichización política, cuando el pragmatismo lleva a usar a las personas como medios, en el doble sentido de yo te uso- tú me usas, entonces la prostitución es prácticamente literal, y no estamos hablando sólo del intercambio de favores sexuales, que los hay, incluso en el mundo de las mafias y capillas literarias, como recientemente confirmamos los lectores: una especie de Sodoma de la película Año Uno, en donde el cargo del que acusa el funcionario Caín no es el de “sodomía”, sino el delito de “negarse a la sodomía”; estamos hablando también y sobre todo de prostituir las mentes, los corazones, las conciencias. En el caso de AMLO y Morena, vender el ideal de cambio para de volverse elegible, aunque ya no sea para la reforma y el cambio sino para perpetuar el neoliberalismo. Como decían las trabajadoras y trabajadores sexuales en la Otra Campaña: la verdadera prostitución está allá arriba. Y de esa corrupción López Obrador y sus más cercanos sí participan, de cuerpo entero.

No decimos todo esto por mero moralismo, porque de vez en cuando sacan la cabeza de su orgía para acusarnos de “puristas” o para ofrecernos participar con ellos. Lo decimos, primero, porque ellos mismos han usado el lenguaje moral-religioso (“no robar, no mentir, no traicionar”), lenguaje que rápidamente traicionan robando, desde el plagio de ideas, programas y nombres, etiquetas o banderas, hasta el uso ilícito del dinero mismo (Fideicomiso, compra de votos en Chiapas), y mintiendo, cuando dicen querer el cambio, pero ofertan la continuidad, la permanencia del neoliberalismo.
Decimos todo esto para comprender la digna oposición y resistencia de los zapatistas del EZLN. Los actuales zapatistas tienen una profunda aversión a las falsificaciones, los grandes fraudes y las imposturas, las han denunciado siempre: así denunciaron a Salinas, a Zedillo, a Fox, a Calderón, a Peña, a López Obrador. Sin embargo, estamos en un momento en que los ídolos-fetiches y las mercancías seducen, en que la verdad y la dignidad no son sexys, no atraen a las masas. En un momento así, lo que menos necesitamos es una voz alcahueta que nos persuada de que no importa la verdad, sino estar con los triunfadores. Por el contrario, sí necesitamos de una voz disidente, rebelde, que diga: “yo no me inclinaré ante su ídolo, no iré al besamanos con ese que ustedes llaman: su pastor” (Solalinde dixit) o el hijo de un “vientre bendito”, como lo ha llegado a llamar su feligresía.
En medio de esa humilde apelación a la fuerza, el “somos millones y ustedes muy poquitos”, en medio de la invitación a la orgía de las ilusiones (el “no se aíslen”), los zapatistas actuales, con su mirada de plazos medianos y largos, nos dicen: “gobernaran sólo cinco años y diez meses, mientras nosotros seguiremos haciendo lo que llevamos más de veinticinco años haciendo: resistir”. Y sí hay algo que los pueblos indígenas y no indígenas saben hacer es resistir. La pregunta es: en este México, con este plan en marcha de nuevo colonialismo y embate contra las comunidades, ¿dónde has estado tú, dónde estás hoy y, sobre todo, dónde vas a estar? La consigna es: “No venderse, no rendirse, no claudicar”.

*Texto escrito para el foro El México de arriba frente al México de abajo y a la izquierda después del 1ro. de julio.

Tomado de https://zapateando.wordpress.com

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